jueves, 28 de febrero de 2013

Crusaders of the Amber Coast (Sesión 1)

Bien, finalmente hemos dado comienzo a la campaña de Crusaders of the Amber Coast. Hemos empezado con tres jugadores, aparte de yo mismo como director de juego. Como la cosa me hacía bastante ilusión, voy a comenzar a llevar un diario de campaña a medida que esta se vaya desarrollando. Pretendo hacerlo desde distintos puntos de vista, normalmente desde el de alguno de los personajes no jugadores con quien nuestros héroes se vayan relacionando.

Y aquí da comienzo...



Marzo de 1234

Ris-ras, sonaba la piedra de afilar sobre la hoja del cuchillo. Con paciencia, igual que con todas las cosas que hacía, Akselis ponía a punto el filo. Era noche cerrada, y hacía frío, pero no le dio importancia mientras hacía su turno de guardia.

Mientras sus compañeros dormían, y sin dejar de prestar atención a los alrededores, dejó vagar un tanto su mente, sobre los recuerdos de los últimos días. Agotadores y llenos de tensión, aquellas jornadas. Y habían terminado en sangre.

Como encargado de los hombres de armas livonios que formaban parte de la guarnición del castillo de Ascheradan, Akselis contaba con cierta confianza por parte del komtur Wilfred von Bremen, quien estaba al mando de la fortaleza. El komtur, desde luego, pertenecía a la orden de los monjes caballeros, la Hermandad de la Espada, que era el brazo armado de los germanos en toda Livonia.

Al komtur no le había gustado nada oír la noticia de que una banda de incursores lituanos habían saqueado la aldea de Vinraken, matando a algunos campesinos y huyendo a continuación con el rebaño y las mujeres que habían querido tomar para sí como esclavas, al modo en que solían hacer. Afortunadamente, los hombres de armas seguían en Ascheradan, así que muy pronto la expedición de castigo estaba preparada.

Dios había dispuesto que los hombres que actuaban en su nombre tuviesen el camino libre para hacer Su justicia, pensó Akselis con satisfacción. Para atravesar el río Daugaba, junto a cuya orilla se alzaba el castillo de piedra de los monjes guerreros, habrían podido tener que esperar algunos días, pues no disponían de ninguna embarcación en ese momento. Pero justo entonces llegó la barcaza procedente de Riga que el komtur esperaba para algo más adelante. Una barcaza que transportaba un cargamento de ballestas destinadas a reforzar el arsenal de Ascheradan, así como refuerzos para la propia guarnición, consistentes en  un caballero y su auxiliar livonio. Habían tardado menos de lo esperado en su viaje, moviéndose Daugava arriba, y pernoctando en las distintas fortalezas que la Hermandad de la Espada había erigido a lo largo de la orilla.

Tras pasar con cuidado el dedo por el filo de la hoja, y comprobar que el trabajo estaba completo, guardó el cuchillo. Un leve gemido le hizo girar la cabeza, pero sin sorprenderse. Las noches anteriores ya se había dado cuenta de que el nuevo caballero sufría algún tipo de pesadilla que le hacía removerse en sueños.

El nuevo monje era un muchacho casi imberbe. Un mozo llamado Marcus Adam Von Lauterbach. Recién concluido su noviciado, había llegado a Riga desde Lübeck, la ciudad germana por la que tantos y tantos mercaderes venían hasta Livonia para comerciar con las riquezas de aquella tierra. En cualquier caso, el Hermano Adam era lo que podía esperarse de un joven guerrero carente de experiencia. Ansioso por mostrar su valía ante los demás y ante sí mismo. No había empezado mal, eso había que reconocerlo.

Su auxiliar le llamó la atención. Un hombre joven, no tanto como Adam, pero apenas entrado en la veintena. Alto, un poco desgarbado, pero de brazos fuertes. Era livonio, pero ostentaba abiertamente un crucifijo de madera no muy distinto al que el propio Akselis llevaba al cuello. El nombre del nuevo era Zemvaldis, y aunque al principio Akselis se alegró por la presencia de otro livonio que había comprendido y había abrazado la verdadera fe, ahora no estaba tan seguro de la sinceridad de Zemvaldis cuando declaraba haberse convertido. Solía mirar como si supiera algo que el resto desconociese. Quizá era como el resto de sus paisanos, que a menudo aceptaban a regañadientes el bautismo sólo para renunciar después a tan importante sacramento y seguir con sus viejas prácticas paganas, a las que Akselis había renunciado tiempo atrás. Los Dieva Deli no habían hecho nada por evitar la muerte de su familia a manos de los lituanos, pero  los Hermanos de la Espada sí le ayudaron a conseguir justicia, destruyendo la fortificación de la que había partido la fuerza incursora. Akselis había tomado parte en ese ataque, alegre por hacer la obra de Dios y traer justicia a su esposa e hijos asesinados. Después de eso no había dudado en ponerse al servicio de la Hermandad de la Espada.

Tras las presentaciones de los recién llegados en el embarcadero del Daugava, el komtur equipó con las nuevas ballestas a aquellos hombres que habían recibido adiestramiento en su uso, e incorporó al Hermano Adam y su auxiliar al grupo perseguidor. No eran muchos, en realidad. El komtur, otro hermano llamado Lucien de Normandía, el propio Akselis y los tres guerreros livonios a su cargo, además de los dos nuevos.

La persecución no fue muy complicada. Tal y como esperaba, el rastro era claro, y el paso de los saqueadores lento, pues iban cargados con el botín, el ganado y las mujeres robadas. A la mitad del segundo día les dieron alcance.

Los lituanos se detuvieron, conscientes de que no serviría de nada intentar huir en su situación. Además, superaban en número a sus perseguidores. Así que decidieron plantar cara. Cuando el komtur se adelantó para darles la oportunidad de rendir las armas y entregarse, los lituanos le respondieron como solían, bajándose las calzas y mostrando sus sucios culos al germano. Fue entonces cuando Wilfred dio orden de abrir fuego. Algún lituano cayó atravesado por los virotes, pero entonces pasó algo inesperado.

Akselis se removió incómodo, con el recuerdo de aquello. “¡Kad Perkunas!” había gritado el jefe lituano, una llamada a su dios del trueno y el relámpago. Y el dios escuchó. De un cielo completamente despejado un rayo cayó sobre el komtur, derribándole del caballo.

Los lituanos, animados al ver caer al jefe de sus enemigos comenzaron a cargar contra los de repente asustados livonios. Si no llega a ser por los dos monjes guerreros, probablemente habrían echado a correr. Pero Lucien y el Adam se mantuvieron firmes. El nuevo estuvo particularmente acertado a la hora de preparar a los hombres para recibir el ataque. Zemvaldis, de forma algo más temeraria, partió a la carrera contra los lituanos.

El combate fue corto y brutal. Muy pronto, Zemvaldis había abierto el cráneo de un lituano con un golpe de su hacha, mientras que Adam derribaba a otro con un corte de su espada en la pierna. Entonces se encaró al jefe. Se las arregló para cegarle momentáneamente con el brillo del Sol reflejado en la hoja de su espada. Después, puso la punta de la misa en el estómago del lituano, que no tuvo más remedio que rendirse. Para lo que le iba a servir, pensaba Akselis. Más le hubiese valido morir con las armas en la mano que esperar a ser ahorcado, pues sin duda esa era el destino que le aguardaba en Ascheradan.

Tras la derrota de su cabecilla, y con varios compañeros muertos o malheridos, los restantes lituanos se rindieron, quedando a la merced de sus captores. Fueron apresados, aunque su final no sería muy diferente del que tendría que afrontar su jefe.

Lucien el normando también se había desempeñado bien. Era un caballero ya veterano, y dio muerte a otro de los lituanos antes de que el combate terminara. Después, comprobaron con alivio que el komtur, aunque herido de cierta gravedad, sobreviviría a su herida. Quizá cuando se recuperase él mismo podría rezar por su recuperación. Sus oraciones eran poderosas, y Akselis no estaba preocupado por el komtur. Sabía que se recuperaría pronto.

Las mujeres fueron liberadas. Una de ellas quedó a cargo de los caballeros. Una muchacha, apenas algo más que una niña, respondía al nombre de Tekla. Akselis no había visto nada de particular en ella, a excepción del hecho de que se trataba de una muchacha muy hermosa. Eso había dado paso a algunas bromas masculladas con discreción entre los livonios, que veían con cierta sorna como los monjes se ocupaban de la joven.. Aunque uno de ellos decía que cuando llegó junto a sus rescatadores, a la muchacha la acompañaba un anciano que se apoyaba en un nudoso bastón, vestido con ropas grises. Él era quien había encargado a Adam el cometido de hacerse cargo de Tekla, pues sus padres habían muerto en el ataque de los lituanos y no tenía a nadie que se hiciese cargo de ella.

Pero no había ningún anciano entre los presentes, de eso Akselis estaba seguro. Alguno más de entre los livonios le había parecido verle, pero sólo había hablado con la muchacha y el caballero. Y el lugar era una llanura, con el linde del cercano bosque a unos centenares de metros. A Akselis no le gustaba aquello, apestaba a brujería pagana. Para reconfortarse, sujetó entre sus dedos las cuentas de madera de su rosario.

 Su turno de guardia casi había acabado. Pronto habría de llamar a Zemvaldis para que hiciese el suyo.

***

Esta primera sesión no ha sido más que una toma de contacto. Hemos comprobado como funcionaba el sistema de juego, con las típicas pausas que se dan en estas situaciones, cuando hay que aclarar alguna regla o buscar algo en el manual. La puesta en práctica del sistema durante el combate me dio muy buena impresión, aunque alguno de los jugadores se sorprendió cuando comprobaba que en RuneQuest alguien podía morir de un único golpe, sin que haga falta un crítico ni nada de eso. Y es que llevábamos mucho tiempo jugando a Pathfinder.

Sobre la historia y la ambientación, les he visto interesados en enterarse de los detalles del entorno. Puede que no sean grandes fans de las partidas de rol en entornos históricos, pero si la cosa no saliese bien no será por ningún manifiesto desinterés.

A partir de ahora, habrá mayor oportunidad de relacionarse con el entorno en el que les ha tocado vivir, y habrá más libertad para actuar conforme a sus deseos. Aunque, claro, en una sociedad feudal, lo de la libertad es algo muy relativo, claro.

A ver qué tal sigue.

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